sábado, 23 de noviembre de 2013

LETRAS DE IDA Y VUELTA

Este país, en el que lo trascendente pasa de puntillas pero a la vez se entretiene discutiendo hasta lo inverosímil sobre lo accesorio, ha encontrado otro elemento de discordia en el nombre de un centro cultural. Importante es la política cultural que camina de la evanescencia hacia la nada (la política cultural, no la cultura). Asunto menor, por más que haga frontera con el delicado terreno de lo simbólico, es el de las letras que dan nombre al espacio. Lo primero viene ocurriendo sin que por ello suenen más que unas pocas voces que se convierten en alarmas insuficientes; pero algún responsable del ayuntamiento madrileño decide que se retire el letrero del Teatro Fenán Gómez para renombrarlo posteriormente y la noticia llena páginas en los medios, origina revuelo en algunos corrillos, mofas en otros y solivianta esas tabernas actuales llamadas redes sociales.
Tanto que, con la misma prisa que se retiró, el ‘cartel’ recuperó su sitio. La decisión ‘interruptus’ ha tenido al menos una virtualidad: en las citadas redes se ha repetido el monólogo de la película de José Luis Garci «El Abuelo» en que el actor que da nombre a la controversia asaetea con su lengua a las fuerzas vivas del lugar. Viendo la escena, recordando la película, y saboreando, siquiera con el memoria, las prodigiosas interpretaciones tanto del citado Fernán Gómez como de Rafael Alonso, comprendía que en cualquier labor colectiva es necesaria la labor de una voz cantante que aglutine el esfuerzo colectivo y, no menos, que alguno de los demás interpelen a un nivel casi parecido. El resto, con estas premisas cumplidas, encuentran una cuesta abajo en el desempeño de sus funciones. Un equipo de fútbol, por más oropel que adorne al deporte rey, no escapa a lo anteriormente dicho. Es cierto que hay equipos corales en el que el liderazgo viene desde el banquillo, pero este no es el caso (ni creo que pretenda serlo) del Real Valladolid. Si llevamos, entonces, la vista al campo (al menos mientras Óscar siga convaleciente de lo suyo) parecería que ese protagonismo le correspondería a Ebert. Su primera temporada, al menos en la parte inicial, sirvió para que su nombre prendiese en la grada. Por carisma y entrega pensábamos que podría ocupar el espacio dejado por Sisi, por calidad creímos haber encontrado la piedra filosofal. Pero algo cambió que lo cambió todo. Ahora parece taciturno, quejicoso y holgazán. La calidad sigue intacta y de ella se sirve para destacar pero es insuficiente para arrastrar. No es, obviamente, el responsable de todos los males pero es un síntoma, un mal síntoma. Ebert dimite por momentos y el equipo no encuentra otras vías para crear peligro. Así el grupo lo intenta, lo intenta, pero siempre se queda en el casi y tantas veces no puede ser por casualidad. Conscientes como somos de nuestras limitaciones hacemos bien en cargarnos de paciencia, pero esta es virtud hasta que se convierte en santa, la santa paciencia consiste en esperar a que lo que falla se arregle por sí solo y eso va a ser que no. Pero si las letras del Fernán Gómez cayeron y se repusieron, Ebert puede volver y el descosido del Valladolid, con o sin el alemán, tiene remiendo. Pero cosiendo.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-11-2013

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