lunes, 27 de abril de 2015

EL TIRO DE ROGER

Los días pasan como trámites, uno tras otro se amontonan a nuestras espaldas como las carpetas en la mesa de un registro. Cada uno tiene su gracia, pero la mayoría de ellos resumen su pequeña historia en dos frases que se recitan cuando al final de la jornada alguien te pregunta que cómo fue el día. De unos cuantos queda una anécdota que de tanto en tanto sale a relucir en una conversación de taberna. Algunos, muy pocos, se conservan imperecederos en el recuerdo, son las fechas que uno guarda como fetiches en su baúl de la memoria. Pero entre todos los días siempre se cuela uno maldito. Un día que contuvo aquel instante en el que todo cambió, en el que las cosas dejaron de ser lo que pudieron ser para convertirse en lo que ya nadie podrá evitar que sean. Un día que ni el tiempo es capaz de curar; que se presenta de manera imprevista para acompañarnos para siempre; que, en el mejor de los casos, vuelve recurrente cuando vienen mal dadas o, en el peor, se agarra a las entrañas y las encoge culpándonos para siempre. Un día terco que revolotea en modo condicional: si hubiera hecho, si hubiera dicho, si no hubiera estado…

Corría el minuto sesenta y nueve. Los minutos pasaban como los expedientes por las manos del personal de la oficina, hacía apenas tres que se había celebrado una fecha significativa: el Real Valladolid había cobrado ventaja en el marcador. Es en ese momento cuando Javi Chica ve a Roger situado unos metros por delante de él en una posición óptima para señalar otro punto en el calendario. El buen lateral ofrece el balón a Roger como Herodes le entregó a Salomé la cabeza de Juan el Bautista. El delantero recibe la pelota como lo habrá soñado muchas veces, sin nadie que le impidiera el paso, con solo la presencia aterrada del portero rival entre él y su objetivo. Pateó el balón con la convicción de quien ha ensayado mil veces ese golpeo, pero quizá la duda en el último segundo, el miedo a fallar que asalta a quien lo tiene todo a favor o vaya usted a saber qué, el caso es que la pelotita no emprendió el vuelo deseado, planeó a poca altura y las manos del portero lo pudo atajar. Roger, incrédulo, aplastó su cara con ambas manos.
La vida siguió y, al poco, dos fechas más tarde, la pierna del propio Javi Chica se convierte en el cañón que dispara fuego amigo asesinando las esperanzas de salir con bien de Gran Canaria. Trámite tras trámite, con algún susto que no pasó de tal, con algún intento inocuo, el tiempo pasó hasta que el árbitro puso fin a los aconteceres. Pero en la cabeza de Roger el partido continúa. En su imaginación el remate se ejecuta una y otra vez y en todos los caso el balón acaba en la red. Se repite mil veces el modo condicional: si hubiera dado un paso más, si hubiera golpeado más abajo, si hubiera visto a un compañero…El fallo, sin embargo, no dejará de de ser por más empeño que ponga el delantero.
Falta aún un poco tiempo para despejar la última incógnita, la que nos dirá si el fallo es de los que se agarra a las entrañas haciendo que maldigamos el instante porque los puntos perdidos son el accidente mortal que evita el ascenso, o es de los que simplemente volverá de vez en cuando a nuestra memoria como la fantasía de lo que hubiera sido nuestra vida si aquella persona no se hubiera escurrido entre nuestras manos.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-04-2015

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