jueves, 14 de mayo de 2015

EL ECOSISTEMA

Las estructuras de cualquier organización, bien social, bien institucional, envejecen aquejadas de enfermedades procedentes de los humanos que las forman. Quizá, la peor de ellas sea el miedo a romper con las inercias que, de forma paulatina pero inexorable, se van adueñando de los ritmos de dichas organizaciones. Se van creando estructuras que, a la par que se anquilosan, generan anticuerpos para defenderse de cualquier vestigio de ataque al statu quo.  Al final, las secuencias se repiten día tras día, año tras año, legislatura tras legislatura y se van generando unos ecosistemas en los que solo son capaces de sobrevivir (y no digamos sobresalir) quienes son capaces de adaptarse a ellos.
En este modelo darwinista de selección de las especies, las características que se necesitan para resistir con bien a este proceso casi nunca coinciden con las requeridas para llevar a cabo la tarea encomendada. Si alguien que defiende los mismos principios que la organización en cuestión osa criticar alguna de estas derivas, sus palabras serán expuestas como un ataque a la organización y posteriormente será acusado de desleal. Los anticuerpos que defienden los aparatos realizan un sibilino e interesado ejercicio de metonimia; confunden voluntariamente el todo de la organización por la simple parte que es su estructura. Por ello, precisamente por ello, porque es inevitable que las organizaciones formadas por humanos no repitan estos procesos, son imprescindibles los tiempos de catarsis, esos momentos iniciáticos en los que se rompe abruptamente con el pasado pero no para olvidar, sino para recordar el sentido original de las cosas y para ponerse de nuevo a ellas. No consiste en desterrar todo lo anterior sino en cuestionarlo todo, no se trata de un simple cambio generacional -que no es eso- sino de un punto y aparte. Ante ello, los instalados se aferrarán a lo viejo, pero no por defender sus principios, sino su situación. Es más, la gran mayoría de estos instalados que perpetúan las rutinas no son las personas con más poder, las viejas estructuras son vanas burocracias que necesitan perpetuarse; al fin, mantener sus puestos de trabajo. Las cabezas visibles son los que supieron nadar bien en estas procelosas aguas, pero tienen menos que perder de producirse esa catarsis política que se pide a gritos pero que no se la ve venir. Hasta lo nuevo huele a viejo. Una lástima.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-05-2015

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