lunes, 25 de mayo de 2015

Y ESTALLÓ ¿TARDE?

La mar, como el día en que nació Abenámar, estaba en calma. La tarde transcurría insulsa, pero ni más ni menos que otras. Quizá podría parecer algo más anodina de lo habitual porque la contienda, para los locales, no tenía otro sentido que el de ir templando el acero para ir teniendo a punto la espada con la que habrá de jugarse el pellejo. Pero era una calma chicha: el público, como si fuera un agricultor que observa en mayo la cebada, empezó a sudar los siete males. El verde iba dejando paso a un amarillo amenazante; el cereal, azuzado por el calor, pide un agua que ni llega, ni -y eso es lo que rompió la calma- parece que pueda llegar. Y estalló. Lo hizo, como tantas otras veces, a destiempo. La proverbial paciencia castellana, que en tantas ocasiones se propone como virtud, tiene, en no menos casos, su contrapartida tenebrosa: de tanto saber aguantar, las decisiones se posponen hasta que no hay vuelta atrás.

Los aficionados habían aguantado estoicamente noventa minutos de un partido, de otro partido, infame. Pero llegó el minuto 91 y el Zaragoza marcó su segundo gol, un tanto absolutamente irrelevante de cara al resultado de la temporada, y el público estalló. No lo hizo en partidos anteriores, cuando, por el juego, esto se veía venir; no lo hizo, tampoco, en el partido de hoy mientras el equipo no fue perdiendo, aunque ese segundo gol fue, sin más, la consecuencia lógica de lo que estaba pasando. Ha habido que esperar a que los hechos se consumaran para que se haya producido una reacción. Buena parte de los aficionados podrán recurrir al manido ‘ya lo decía yo’, pero no dejaban de ser muestras de disconformidad en la barra del bar o en conversaciones con amigos. Se podrá añadir que aún existe una escalera para la primera; será, llegado el caso, una enorme alegría que no debería cambiar el juicio global, el suspenso en las dos asignaturas con que se evalúa la temporada: el juego y los resultados. El ‘Rubi, vete ya’ que atronó ayer en Zorrilla es el colofón a un desencanto callado que se ha ido extendiendo a lo largo del curso y que solo ha tomado cuerpo cuando ya nada parece en nuestras manos. Quizá, el entrenador, ajeno a ese run-run, se haya llevado una sorpresa con el cuestionamiento general a su trabajo, pero lo cierto es que no ha conseguido que el equipo cuajara. Ha trabajado de lo lindo, ha aportado los beneficios que proporcionan los avances tecnológicos, pero le ha fallado lo más viejo, la raíz, el fútbol. La historia, como si fuera un muelle, avanza retorciéndose sobre sí misma. El fracaso de ‘lo moderno’ se produce cuando vivimos como si los avances fueran ajenos al conocimiento clásico, cuando estos cobran vida por sí mismos y se olvidan de lo esencial: el factor humano.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-05-2015

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