lunes, 8 de junio de 2015

HISTORIA POR ESCRIBIR

Cuando empezaba a estudiar aquella asignatura que repartía sus tiempos entre la geografía y la historia, me sorprendía el estatismo de la primera y el dinamismo de la segunda. En la parte de historia veíamos cómo los mapas habían ido cambiando con el paso de los años, que lo que era dejaba de ser, que lo que pertenecía a algo pasaba a pertenecer a otro ente, que durante una época en España no se ponía el sol y que en otra posterior todo era sombra. La mapas de la parte de geografía eran mucho más aburridos, lo que era era y no se vislumbraba que dejara de serlo. Cómo me gustaría, pensaba yo en mi ignorancia, haber vivido en esa época en que las líneas se modificaban, en que los países, como si fueran seres vivos, nacían, crecían, se reproducían o morían. Deseos tengas y que se cumplan, reza la maldición gitana, y así empezó a ser. Sin salir de Europa, la lista de países con sus capitales que estudió mi hijo difería en bastante a la que a mí me correspondió. Buena parte de esas nuevas fronteras, como las nuevas de cualquier época anterior, se dibujaron en los mapas con la roja tinta de una sangre que no suele ser la de quienes declaran las guerras.
Ayer, sentado en el estadio, tuve una sensación similar a aquella de antaño: el partido que veía trasmitía la misma emoción que aquellos mapas quietos de geografía; la emoción, la historia, se estaba escribiendo en otros lugares. En unos casos lo que estaba en juego era la supervivencia, solventar con bien un mal año. En Santander empezaron la tarde con una risilla nerviosa y terminaron llorando el descenso de su equipo a Segunda B; los pamploneses, cuyo ánimo recorrió un camino opuesto, terminaron eufóricos porque su Osasuna consiguió mantenerse en la categoría, magro logro desde nuestros ojos que nunca vimos cerca el abismo, pero enorme para quien ha caminado por el desfiladero. En los otros, lo que se jugaba era rematar el sueño para evitar terminar con mal una buena temporada. Gerundenses y gijoneses se reservaban una tarde de emociones que para nosotros hubiésemos querido, pero caímos del árbol demasiado pronto. Al final, drama y sueño, tuvieron un denominador común, todo parecía distinto un minuto antes de que terminase, un gol en ambos casos torció lo que el destino dictaba un minuto antes. Una mezcla de azar postrero y convicción constante salvaron al Osasuna; la desdicha final y miedo al fracaso del que no esperaba el triunfo terminaron por arrancar las lágrimas del Girona. Así, todo junto, se nos demostró que en el fútbol, en casi ninguna faceta de la vida, nada está escrito de antemano y que los planes se pueden torcer con la facilidad con que se dobla un hilo. En breve, pasado mañana, las emociones en forma de promoción volarán por estos lares y no es pequeña la lección recibida por la radio. Si hiciésemos caso a nuestros ojos, si pensásemos que las cosas solo pueden ser como parece que son, el Real Valladolid debería depositar sus esperanzas en cualquier monte de piedad con la intención de recuperarlas de cara al curso que viene. Hace unos meses, el equipo cayó en una profunda crisis de identidad de la que aún no se ha recuperado. Es cierto que los últimos partidos no pueden ser evaluables, incluido el solteros contra casados de ayer, pero es difícil encontrar clavos a los que agarrarse. Si comparamos lo que transmite este equipo con las sensaciones que vienen de Las Palmas, el rival con el que habrá que jugarse los cuartos, deberíamos enarbolar la bandera blanca y ahorrar los gastos de viaje. Pero las fronteras, ya vemos, pueden ser modificadas, quizá a los insulares les tiemblen las piernas, quizá de los nuestros brote un arranque de orgullo , quizá un arrebato o un golpe de clase que sirvan para compensar los espacios a los que el juego no llega. Toca escribir la historia, y esta siempre está por venir.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-06-2015

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