lunes, 24 de agosto de 2015

LA CAMISETA

Muchos de los paños con los que se elabora la tela de la historia se tejen con un hilo que procede, como la lana del pelo de las ovejas, del material simbólico. Es un hilo a veces invisible con el que se zurce el presente con unos ancestros idealizados y que, a la vez, sugiere ensoñaciones de futuros perfectos. Los símbolos, telas, escudos o fetiches, producen identificación o rechazo, agrupan a los propios y estigmatizan a los ajenos. Hablan con la voz que queremos que hablen, dicen lo que queremos que digan. Podrían, digo podrían, portar valores que nos reconciliasen con el ser humano, pero han sido tantas las veces que su carga fue la opuesta, que no sé si ya merece la pena esperar algo positivo de ellos. Quizá el deporte sea la excepción por ser un símbolo en sí mismo.
El sábado, sin desandar mucho, supimos que el equipo que vimos jugar en Córdoba era el Valladolid por el color morado de la camiseta y porque el escudo en ella cosido así lo decía. Más de la mitad de los jugadores, sin embargo, la portaban de forma oficial por primera vez. Otros cuatro apenas han dejado el calificativo de nuevos en estas tierras: empiezan ahora su segunda temporada. Óscar en el campo y Álvaro Rubio (otra vez, otra vez, otra vez) en el banquillo son los únicos jugadores en cuya piel se ha podido calcar el dibujo del escudo ya que el proceso requiere un tiempo que ya no existe. Los que estaban se fueron, los pocos que están son los que son. Alguno más, cuyo mérito será cobrar poco, habrá de venir a completar el exiguo plantel. La simbiosis entre el equipo y ‘la afición’ se torna cada vez más simbólica que real.
Los aficionados tendrán que hacer un esfuerzo de identificación. Los nombres de Kepa, Juanpe, Rodri, Villar y demás poca cosa les dicen. Son ‘de los nuestros’ porque así lo indica la camiseta, se ganarán los aplausos con el sudor de su frente, se llevarán los silbidos cuando la realidad y los deseos se sitúen en distintas casillas, generarán ilusión y frustración en no se sabe aún qué proporción y mañana dios dirá. 
Los futbolistas son mercancía, mercenarios con espíritu de meritorios cuyo objetivo es meramente laboral, una buena temporada conducirá a otro contrato, probablemente en otros lares donde se repetirá el proceso. Unos, los más jóvenes, aún cuentan con la energía adicional que procede de unas fundadas expectativas, los más veteranos lucharán por estirar la permanencia en un mercado que, con todo, les convierte en privilegiados.
Al frente de ellos un entrenador de los de látigo, sin pelos en la lengua, extraño en estos tiempos por ser poco dado al victimismo, de los que no busca en lo tangencial la excusa cuando las cosas no llevan el rumbo deseado. En sus espaldas, casi lo único tangible en un club cuya tendencia le encamina por terrenos fantasmales, se cargan las esperanzas de quienes, más por costumbre que por otra cosa, sueñan con el ascenso. Un hito que, de producirse, pasaría a formar parte de un libro que bien podría titularse ‘Historias de lo sorprendente’. Lo mejor, con todo, es que seguiremos esperando que ocurra porque el fútbol, como dijera Bogart del Halcón Maltés, se construye con el material con que se fabrican los sueños. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-08-2015 

No hay comentarios:

Publicar un comentario