lunes, 16 de noviembre de 2015

LA BELLA IGUALDAD


Con frecuencia, para mis paseos en bici, tomo como compañero al Canal de Castilla. A veces solo un tramo corto, cerca de casa, aquí donde vienen de nuevo sus aguas a reencontrarse con el Pisuerga. Otras veces el encuentro se ha prolongado hasta completar sus más de 200 km. Pero siempre, en unos casos y otros, miro embobado pensando en aquellas gentes que a cambio de casi nada sacaron poco más que con sus manos los millones de metros cúbicos de tierra para que las aguas pudieran discurrir plácidamente. El canal es, dicen los libros y atestiguan los carteles, una de las mayores obras de ingeniería hidráulica de su tiempo. Las crónicas honran a quien las paga y las proyecta. Ni una palabra para las manos que lo hicieron posible. La obra supuso un enorme avance técnico, pero sin desigualdad –la enorme necesidad de unos, el enorme poder de otros- no hubiera sido posible.

En un momento de descanso abro el periódico, sale a colación la palabra democracia y cualquier opinante nos lleva de viaje a la Grecia Clásica, allí, dicen, tomó por primera vez cuerpo el gobierno del pueblo. Olvidan añadir un matiz ‘insustancial’: lo que llamaban demos era una pequeña parte de todos los que vivían: los esclavos trabajaban mientras los amos creaban obras artísticas y filosóficas. Sin desigualdad, tampoco hubiera sido posible.
Sería, un poco, como esta Segunda División. Llevamos semanas quejándonos del mal juego del Pucela, de su fútbol feo, de lo poco que proyecta. Y con mucha razón. Tanta, como la que tendríamos si dijésemos que los demás andan más o menos por ahí. Ayer se enfrentó, fuera de casa, a un Zaragoza que aspiraba al liderato y fue capaz de vencer. No sé si el resultado fue justo, pero lo que no fue es injusto: el aspirante a líder tampoco es nada del otro mundo. Los blanquivioletas, casi sin querer, se encontraron con un gol nada más arrancar el partido y supieron guardar ese tesoro (o lo guardaron medio bien y los maños no tuvieron capacidad para encontrarlo, que esa es otra). Lo cierto es que ahora -tal es la igualdad en la categoría-, el Valladolid puede mirar hacia arriba con tanta ilusión como miedo si mirase hacia abajo. Aquí no hay un Messi o un James que genere belleza, conocimientos o tecnología por su diferencia con los demás. Aquí, la belleza radica en que todo es posible, en que el sueño y la pesadilla viven en dos habitaciones de la misma estancia.
La lista podría prolongarse hasta el infinito. Da la sensación de que cualquier avance es hijo de la desigualdad, de que en un mundo de hombres y mujeres libres e iguales todo sería más anodino. Quizá solo sea un prejuicio, porque lo cierto es que han sido tan pocos, cortos y localizados, los momentos en los que un grupo no ha sojuzgado a la mayoría, que no existen elementos para confrontar. Quizá, una sociedad de libres e iguales (iguales, no idénticos; no vayamos a llevar la ecuación al absurdo) no podría haber producido la catedral de Burgos o las pirámides de Egipto, quizá, pero albergaría belleza en sí misma.
Algún día, tal vez, seamos capaces de conseguir aunar ambos conceptos y podamos vivir en una sociedad justa y bella. De momento, disfrutamos con el Pucela de la hermosura de la igualdad.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 16-11-2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario