lunes, 25 de enero de 2016

LOS HILOS

El profesor de Historia cierra a la vez el libro y los ojos. Anda enredado en preparar la materia que habrá de impartir a lo largo de la semana, aunque, en realidad, está más pendiente de su cabeza en la que aún resuena la pregunta que, como si fuese una piedra, le lanzó uno de sus alumnos al finalizar la última clase. ¿Para qué sirve estudiar esto? En realidad no tendría por qué. Haciendo memoria, raro era el curso en el que no se lo hubieran preguntado, pero no se terminaba de acostumbrar a esa desafección por el conocimiento, a que los saberes solo fuesen tenidos en cuenta como el medio para obtener posteriormente algún rendimiento pecuniario. Lo malo no es que lo piensen unos críos, se decía, es que las sucesivas reformas de los planes de estudio les dan la razón: parece que en vez de instruir pretenden que adiestremos. Nunca había rehuido la pregunta y esta vez tampoco. Antes de abordar el tema, o a la vez, respondería: “Mirad, los cuatro bloques de este tema son ‘La Belle Époque’, el crack del 29, el auge de los fascismos y la II Guerra Mundial. Un hilo invisible teje la historia y, a veces, se empeña en repetir los mismos dibujos. Hasta hace cuatro días, hemos vivido una segunda Belle Époque, hubo otro crack económico posterior en el que aún estamos inmersos y el fantasma de los fascismos vuelve a ulular en el viejo continente. Si seguimos el mismo patrón tejeremos la misma cenefa. El hilo está en nuestras manos, conociendo la historia podremos escapar de ella. Comprendiendo el pasado sabríamos que a los tiempos de sosiego siempre les suceden otros turbios y viceversa, podríamos alargar los primeros y conocer las puertas de salida de los segundos”.
Termina el partido del Real Valladolid, Gonzalo Alonso baja las escaleras del estadio de la mano de Mariano Mancebo, el responsable de comunicación del club, quien le trata con la misma delicadeza con la que trataría a su abuelo. El que fuera presidente baja entusiasmado, pocas veces habrá visto, y mira que habrá visto, un partido tan redondo de su Pucela. A mitad de partido, el público ya se puso en pie para mostrar su contento. El Córdoba miraba y parecía asentir. Pudo haber sido una goleada histórica. Había plan y todos los jugadores lo desarrollaban a la perfección. Lució especialmente Mojica. Este chico parece una televisión vieja de las que se fabricaban antaño, de aquellas que un día parecía que estaban estropeadas y, tras darle un simple meneo, al rato emitían perfectamente. Debe ser también que tiene algún contacto flojo y depende del día conecta o no. Si lo hace es un primor, de lo contrario puede desesperar.
Pero estábamos en la felicidad de Don Gonzalo. Él sabe de esta historia que enlaza gustos y disgustos, porque es buena parte de la historia. Vendrán tiempos mejores y también peores, pero este es momento para disfrutarlo sabiendo que la mejor manera de que algo que pinta bien se frustre es pensar que no se puede romper el estado de felicidad.

A esa misma hora, el profesor de historia salió de casa. Había quedado con dos amigos que, también, bajaban entusiasmados del estadio. A él no le interesa mucho el fútbol, pero otro hilo invisible, el que une a los que comparten espacio, cose las diversas vivencias de sus ciudadanos, las alegrías y las penas. Ayer, el vino mañanero en Valladolid se sirvió feliz.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-01-2016

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