lunes, 22 de febrero de 2016

ÉMBOLO Y ORQUESTA


La luna se ha convertido en el perfecto reclamo para debatir sobre los dedos que la tapan. Quizá sea porque para hablar del satélite habría que tener conocimientos suficientes, además de la integridad propia del científico, esa que solo le permite decir que es cierto lo que está demostrado. Para soltar parrafadas sobre los dedos, sin embargo, vale cualquiera. No es la primera vez que lo digo, pero, pienso, no está de más repetirlo: tras tres largos lustros de un paulatino decaimiento del interés por la política, de repente, siquiera desde una mirada desafectiva, esta volvió a ocupar un espacio preponderante en las conversaciones cotidianas. Las cadenas de televisión, empresas al fin y al cabo, comprendieron que había un filón por explotar y fueron incorporando programas en los que la política habría de ser esa luna. Para esta función se encomendaron a una suerte de ‘todólogos’ que, al modo de un programa del corazón, se enzarzaban repetidamente sobre cualquiera de los dedos que la tapaban. La política se oscureció dando paso a tristes debates sobre políticos. Este escenario propicia la insustancialidad y alienta una camada de representantes adaptados al medio: son los que se nutren de una ocurrencia, de una frase, de una aparición, que pueden hilvanar un discurso en el que cabe todo y su contrario a la vez. Y este menda, que se hace mayor, añora los discursos con los que pueda estar de acuerdo o disentir desde la primera frase, pero que abordan las propuestas asiendo el meollo y se escriben con coherencia argumental. Así, cuando la materia está sustanciada, cuando nos dejamos de dedos, puedo saborear y aprender de las tesis expuestas, aunque estas sean antagónicas. Después, los discursos, por buenos que parezcan sobre el papel, tienen que confrontarse con la realidad y, no pocas veces, terminan en la papelera.
Ayer, por ejemplo, el Pucela mostró dos tesis opuestas. En la primera se mostró como un émbolo: los dos medios, por sus características, se aculaban para defender, desde allí tapaban y, cuando recuperaban, empujaban al equipo hacia adelante pero sin ninguna claridad. Arriba, dos delanteros esperaban el momento en que les llegase el balón para fajarse contra la defensa en una pelea cuerpo a cuerpo. Los jugadores de banda se acompasaban a ese movimiento de ida y vuelta: hacia arriba, trasladando el balón; hacia abajo, tratando de tapar las acometidas rivales. Tan coherente como ineficaz. La segunda tesis convirtió al Pucela en una orquesta. Hubo de salir el director, Álvaro Rubio, para convertir el centro del campo en el podio desde donde dirigir todos los movimientos. Para ajustar los sonidos se hacía necesario retirar un timbal en la delantera e incorporar, a cambio, un clarinete en la media punta. La propuesta recuperaba la coherencia, pero esta vez no solo en la teoría. A ratos el sonido estaba más afinado, a ratos menos, pero se consiguió el empate y a punto se estuvo  de voltear el resultado. Prefiero unos discursos a otros como prefiero la música a la mecánica o un estilo de fútbol a otro;  pero, a pesar del resultado,  también reconozco el valor de un entrenador que es capaz de mamar de varios manuales, que rezuma coherencia aunque no tenga discurso propio.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-02-2016

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