viernes, 22 de julio de 2016

UNA “PEQUEÑA” HISTORIA DE VALLADOLID

La Historia, así, en singular y con mayúscula, no existe. Lo que llamamos ‘Historia’ no es sino el relato de grandes hechos secuenciados bajo el que se esconden miles de esas historias que se escriben con minúscula. Personas, lugares, momentos -miles de diminutos hilos que se entrelazan, que nacen y mueren- que en su viaje acompasan sus pasos a la vida del entorno en que se desarrollan. Una de estas historias, la de la churrería ‘La Pequeña’ que luego fue mesón, tras más de sesenta años, imprime hoy su punto final.

Estamos en el Valladolid de mediados de los cincuenta del siglo pasado. La FASA acababa de establecerse, otras industrias estaban aún por llegar para modificar abruptamente el mapa de una ciudad que en unos pocos años habría de duplicar su población. En aquel bullicioso 1955, un joven, Rafa Nieto San José, auspiciado por su primo Argimiro, decide abrir una churrería en un local al otro lado del Puente Mayor, pegado a la carretera que une Salamanca con Burgos, Francia con Portugal. El local era tan chico, apenas 25 metros cuadrados, que la churrería no podía tener otro sobrenombre: La Pequeña. El recinto se convirtió en punto de encuentro de camioneros, unos que iban, otros que venían; en el lugar en el que se reunían mozos buscando un jornal cargando o descargando esos mismos camiones; en el café y el orujo de aquellos obreros –sí, entonces decirse obrero no sonaba peyorativo- para ponerse a tono antes de acudir a la fábrica. Tal era el valor como referencia del local que la parada del autobús de la compañía que cubre la línea Valladolid-Palencia tomó su nombre y aun hoy lo lleva: Estación, Plaza Poniente, La Pequeña...
El local tuvo que duplicarse. Otros 25 metros cuadrados, una segunda planta que servía como mesón. Otro hermano, Valeriano, para poder dar cuenta del trabajo requerido. Nunca, recuerda Rafa refiriéndose al negocio, en tan poco sitio se hizo tanto. Cuando La Pequeña encendía la luz, Valladolid se despertaba.Entrados los años ochenta, se incorpora un tercer hermano, Julio. Se había licenciado en Ciencias Químicas y estaba preparando oposiciones; pero un día hubo de echar una mano, y, así, un día tras otro, trabajando junto con Sol Fermoso, su mujer, fueron pasando los meses, los años…
En el año 88 la ciudad ya no tenía nada que ver con lo que había sido treinta años atrás. Aquel éxodo de destripaterrones que fuimos haciéndonos un espacio en la capital obligó a esta ensancharse, aquellas casas molineras de la Victoria se convirtieron en bloques de pisos para darnos cobijo. Al poco, las rondas convirtieron la carretera en avenida, el flujo de personas y transportes disminuyó en el interior de la ciudad, las costumbres fueron paulatinamente cambiando. La etapa postindustrial se abría paso poco a poco. La misma energía que había alimentado a La Pequeña, la desplazó barrio adentro.

La Pequeña ya no daba tanto. En 1994 Valeriano abrió otro bar, Rafa se jubiló en 2003. La Victoria, también se ha ido haciendo mayor. Los terracampinos que llegaron para insuflar sangre en las venas de la barriada cuentan con muchos decenios en sus espaldas. Sus hijos viven en otros lares. Valladolid, de hecho, lleva años perdiendo población.
La otrora inquieta churrería aún respiraba el olor a añejo, pero dejaba entrever que sus mejores años habían pasado. Sol y Julio, eso sí, han logrado capear el penúltimo temporal, el de la crisis que ya lleva ocho años con nosotros. Pero el último se llama jubilación y de ahí no se pasa. Los tres hermanos, como los de la fábula de Silvio Rodríguez, de diferentes maneras, han recorrido el camino, han terminado su labor. La siguiente generación ha emprendido otro camino. Valeriano falleció en 2005. A Julio, Rafa y Sol les queda disfrutar y recordar, que material para la memoria tienen más que de sobra.

La historia de La Pequeña, un espacio que en sus más de sesenta años ha albergado en su seno miles de pequeñas historias, de esas que cosidas forman un trocito de ese paño que es Valladolid, ha impreso tal día como hoy su punto final, el certificado del término de una época.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-07-2016

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