lunes, 3 de octubre de 2016

ARCO IRIS DE BURDOS ERRORES

En 2002, un cantante rosarino medio afincado en España publicó un disco titulado ‘Coti’ en el que el propio autor, en aquel momento casi un desconocido, interpretaba mano a mano con el ya renombrado Andrés Calamaro un tema titulado ‘Nada fue un error’.  Con el pasar del tiempo, además, hemos podido escuchar esta misma canción con otras voces como las de Julieta Venegas o Paulina Rubio. Coti, el título del disco, hace referencia al apodo del propio cantante, que no es cosa comercial esto de ir por ahí haciendo carteles en los que bajo la foto apareciera un ‘Roberto Fidel Ernesto Sorokin’. Oyendo la canción podemos escuchar que ‘los errores no se eligen para bien o para mal’. Una frase que suena bien, que queda bonita, pero que no dice más que algo de perogrullo: los errores no se eligen, llegan. Aunque para llegar tengan miles de caminos que no hubiésemos visto en el mapa. Esos errores que aparecen en cada página de nuestra vida pueden ser catalogados bajo varios epígrafes. Unos pueden ser de estrategia, otros de ejecución; unos forzados por las circunstancias, otros por falta de pericia o atención; incluso, se pueden cuantificar y cualificar: las Matemáticas estudian el error desde su perspectiva absoluta –la diferencia entre lo que se mide y lo que es– y relativa – la relación entre ese error absoluto y la medida real–. De qué tipo de error estemos hablando dependen las distintas formas de abordarlo, los distintos análisis y, por tanto, las distintas maneras de evitar que en el futuro se puedan repetir.

Quizá, de todos los tipos de errores, los más difíciles de abordar son los groseros: aquellos que se producen de forma individual, sin que vengan forzados por nada y atentando contra los cánones de cualquier práctica. Por ejemplo, que un jugador, llámese Villar, pierda un balón en una zona de esas que los entrenadores señalan como prohibida. De ese punto parte la jugada que anula la ventaja que, casi por casualidad, había adquirido el Pucela. Pero es que, tras esa pérdida, en otro error de manual, Rafa deja a Roger los dos metros de rigor que permiten al exblanquivioleta igualar la contienda. Posteriormente, tras un saque de banda, en apariencia inofensivo, de los levantinistas, Moyano, el último de la línea, estaba más pendiente de la defensa de sus compañeros que de cerrar al que entraba desde su espalda. Cuando el Valladolid trataba de remar contra el agua del resultado y el aire del tiempo, para repeler un balón colgado al área pucelana, Lichnovsky salta con el brazo innecesariamente extendido y golpea al ayer omnipresente Roger. Penalti tan claro como evitable, de manual. Por tierra, mar y aire, un catálogo de errores groseros de todos los colores arruinó el esfuerzo del equipo. Poco se puede hacer por bien que se haga de forma colectiva, si la buena pinta del producto que se realiza esconde, bajo la capa de pintura, las grietas que lo ponen en peligro, ese arco iris de meteduras de pata. El padre Herrera, supongo, se tiraría de los pelos en el banquillo: ¿Qué puedo hacer si, semana tras semana, damos una patada al cubo de la leche después de ordeñar las vacas? Tal vez la solución esté en la misma canción de Coti, en aprender la diferencia entre el juego y el azar.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-10-2016

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