jueves, 17 de noviembre de 2016

ES DE SENTIDO COMÚN

En nuestro cerebro se va instalando, de la misma manera que un programa informático en un disco duro, una lógica de pensamiento que es capaz de proporcionar respuestas inmediatas a las preguntas que la realidad nos realiza. En algunos casos nos sirve para sobrevivir, en otros para interpretar la complejidad del mundo con media docena de patrones. Pero estas ‘lógicas’ no son inmutables ni inocentes. Lo primero es una obviedad, lo que ahora vemos como natural, antaño fue un anatema y viceversa. Lo segundo, a poco que lo pensemos, también es evidente: dado que a la construcción de esta ‘aplicación’ que bien se puede llamar ‘sentido común’ contribuyen buena parte de los factores que, como el aire, nos rodean; quienes tienen capacidad para influir en nuestras vidas intentarán que sus mensajes nos calen hasta los huesos para que respondamos de la manera que mejor les conviene.
Basta con echar la vista atrás para darse cuenta de todo ello. Recuerdo ahora, por ejemplo, que en 1983, cuando el Telediario se dedicaba a explicar los entresijos de la expropiación de RUMASA, le comenté a mi padre que no entendía muy bien lo que había pasado. Él, hombre de campo, sin más letras que las que pudo aprender en unos pocos años de escuela, me lo trató de explicar. De esas palabras casi no me acuerdo, pero sí de su estrambote: “El Gobierno no puede permitir que una empresa sea más poderosa que el propio Estado”.  Los estados eran fuertes y tenían capacidad para fijar ‘lógicas’. Bien, lo que a ese hombre (y con ese hombre me refiero a esa generación en ese momento) le parecía absolutamente imposible es, tres decenios más tarde, el pan nuestro de cada día. Entre medias un proceso al que se definió como ‘globalización’ cuyo márquetin fue impecable ha trastocado las estructuras productivas y con ellas las vitales de los habitantes de todos los puntos del planeta. Ahora los estados, unos porque no pueden, otros porque, además, no quieren, comprueban cómo son rehenes de unos grandes conglomerados empresariales cuyo tamaño ha crecido de forma tan desmesurada que han adquirido un enorme poder de coerción, de chantaje. Ahora son las empresas las que no pueden permitir que los estados les pongan coto. Su ‘lógica’ es la que impera. Y nos parece tan normal, como a mi padre le parecía lo contrario.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-11-2016 

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