jueves, 29 de diciembre de 2016

TERCERA OLA O BELA LUGOSI

Alguna vez he llegado a pensar que Pablo Iglesias ansiaba convertirse en un émulo de Ron Jones, aquel profesor californiano que puso en práctica en el instituto en el que trabajaba un experimento sociológico con sus alumnos al que denominó ‘La tercera ola’. Este experimento se convirtió en novela gracias a Morton Rhue y de esas páginas saltó a las pantallas de la mano de Dennis Gansel. El profesor Jones pretendió demostrar que cualquier sociedad, por libre que se crea, nunca está del todo vacunada frente a los totalitarismos. Jones tuvo que frenar el experimento cuando comprobó que la cosa se le iba de las manos. Alguna vez, ya digo, imaginaba que cualquier día Pablo Iglesias habría de tomar el micrófono para hacernos saber que la ola Podemos era parte de un ensayo, que intentaba conocer el reflujo que producía el verbo ganar, que la experiencia había sobrepasado sus expectativas y que, por tanto, había llegado la hora de revelar la verdad para dar por concluido el juego.

Otras veces veo a Iglesias tan metido en su papel que más que un director me recuerda a Bela Lugosi, el actor de origen húngaro que a fuerza de representar el personaje de Drácula terminó creyéndose él mismo un vampiro. Otros le dirigían y él, en vez de actuar, simplemente era. Cuando me veo en ese trance le imagino como un gatito al que le han hecho creer que es un tigre y actúa como tal para regocijo de los que le pintaron las rayas, cuota de pantalla mediante.

La cuestión, sea esto un experimento o la válvula de una olla abierta interesadamente por los que tenían miedo a que la sociedad les estallara en sus caras, es que ese movimiento infantiloide, que se nutrió de aluviones provocados por la defección del sistema cuyo hedor apestaba, se ha topado con la realidad. Resulta que han descubierto lo que su discurso, intencionadamente o no, pretendía obviar: que los seres humanos tienen conductas humanas y que ningún grupo social está exento de envidias, ansias, egos, que terminan chocando. Siendo conscientes de ello se pueden encontrar cauces por los que canalizar la riada; habiéndolo negado, el agua desborda. Como los adolescentes ensimismados creyeron que se iban a comer el mundo y el mundo empieza a desayunárselos. Si les hubieran castigado sin móvil… Pero ya parece tarde.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-12-2016

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