Alguna vez he llegado a pensar que Pablo Iglesias ansiaba convertirse en
un émulo de Ron Jones, aquel profesor californiano que puso en práctica en el
instituto en el que trabajaba un experimento sociológico con sus alumnos al que
denominó ‘La tercera ola’. Este experimento se convirtió en novela gracias a
Morton Rhue y de esas páginas saltó a las pantallas de la mano de Dennis
Gansel. El profesor Jones pretendió
demostrar que cualquier sociedad, por libre que se crea, nunca está del todo
vacunada frente a los totalitarismos. Jones tuvo que frenar el experimento
cuando comprobó que la cosa se le iba de las manos. Alguna vez, ya digo,
imaginaba que cualquier día Pablo Iglesias habría de tomar el micrófono para
hacernos saber que la ola Podemos era parte de un ensayo, que intentaba conocer
el reflujo que producía el verbo ganar, que la experiencia había sobrepasado
sus expectativas y que, por tanto, había llegado la hora de revelar la verdad
para dar por concluido el juego.
Otras veces veo a Iglesias tan metido en su papel que más que un director
me recuerda a Bela Lugosi, el actor de origen húngaro que a fuerza de
representar el personaje de Drácula terminó creyéndose él mismo un vampiro. Otros
le dirigían y él, en vez de actuar, simplemente era. Cuando me veo en ese
trance le imagino como un gatito al que le han hecho creer que es un tigre y
actúa como tal para regocijo de los que le pintaron las rayas, cuota de
pantalla mediante.
La cuestión, sea esto un experimento o la válvula de una olla abierta
interesadamente por los que tenían miedo a que la sociedad les estallara en sus
caras, es que ese movimiento infantiloide, que se nutrió de aluviones
provocados por la defección del sistema cuyo hedor apestaba, se ha topado con
la realidad. Resulta que han descubierto lo que su discurso, intencionadamente
o no, pretendía obviar: que los seres humanos tienen conductas humanas y que
ningún grupo social está exento de envidias, ansias, egos, que terminan
chocando. Siendo conscientes de ello se pueden encontrar cauces por los que
canalizar la riada; habiéndolo negado, el agua desborda. Como los adolescentes
ensimismados creyeron que se iban a comer el mundo y el mundo empieza a desayunárselos.
Si les hubieran castigado sin móvil… Pero ya parece tarde.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-12-2016
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