domingo, 22 de enero de 2017

CARNE, CARNE, CARNE...

Cuando cuento que estuve interno en un colegio de frailes, siempre aparece alguien que encuentra en el despecho la causa de mi forma de pensar y apostilla «claro, es por eso que ahora no pisas una iglesia». Respondo que se equivoca por dos motivos: sigo pisando iglesias –casi todas las que me voy encontrando en mis rutas bicicleteras– porque son depositarias de buena parte de nuestro acervo cultural y, sobre todo, no puedo sentirme despechado por haber tenido la suerte de vivir en un colegio que fue determinante para que hoy piense lo que pienso y sea lo soy. Que este ‘yo’ no lo es por reacción sino que se nutre de lo que allí empecé a intuir. Entre los frailes de ese ‘San Juan de Dios’ de Palencia, que tal era el sitio, estaba, por ejemplo, Miguel Pajares, un toledano al que nada se le había perdido en Liberia pero allí estaba cumpliendo con su voto de hospitalidad pese a la amenaza del virus del ébola. Una amenaza tan real que fatalmente se concretó.
El colegio ya no existe como tal. Una vez que los pueblos se vaciaron de niños, estos colegios dejaron de tener sociológicamente sentido. Mas me temo que no es la primera vez, ni será la última que, a caballo de la nostalgia, viaje a aquel sitio en el que viví media docena de años a principios de la década de los 80 para encontrar una imagen que me ayude a reflejar algún detalle de los partidos del Pucela. Y el detalle del jugado ayer no es ni mucho menos nimio, toca lo mollar del fútbol: el gol. Este equipo muestra, en cuanto al juego, que no le falta de nada de lo que se puede pedir en esta categoría. Claro, al estar en Segunda, no podemos aspirar a tener un equipo jamón de pata negra, ni siquiera chorizo o salchichón ibérico. Nos tenemos que conformar con mucho menos, con mortadela que nos mata el hambre, aporta un puñado de proteínas y no sabe mal. A veces, este embutido tiene el sabor que tiene que tener pero, a la hora de la verdad, parece faltarle lo sustancial, la carne, de forma que al final no obtiene los nutrientes necesarios para que el resultado acompañe al juego desplegado. Pedro, el más viejo de los frailes de aquel colegio, se encargaba cada mañana de preparar el desayuno. Así, cuando íbamos al comedor, nos encontrábamos con ciento y pico tazas y sus correspondientes platos en los que Pedro había colocado algunas lonchas de embutido o queso si se trataba de un viernes de Cuaresma. Uno de esos viernes, sin embargo, el fraile se debió levantar algo despistado y cortó mortadela. Cuando llegamos, un compañero se percató del asunto y le avisó:_«Pedro, ha puesto usted mortadela y hoy es día de abstinencia». El hombre giró su cabeza, se imaginó recogiendo las ciento y pico raciones, cortando otras tantas de queso y volviendo a servir cada plato. Estuvo rápido de reflejos para encontrar un argumento que le evitase la tarea sin contravenir el Derecho Canónico: «Carne, carne, carne... –recalcó tres veces–, anda, eso se puede comer, que es solo química». Vamos, como estos días que acumula el Pucela. Elabora bien, domina el partido, merodea el área rival, crea ocasiones, en fin, parece carne, pero a la hora de la verdad se queda en la fórmula química que la imita sin terminar de sintetizar los nutrientes que convierten lo aparente en proteína. Si fuera la primera vez, culparíamos a la estadística; pero van ya unas cuantas y eso indica que existe un problema real de materialización. Empieza a no valer el consuelo de ‘jugamos mejor’.



Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-01-2017

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