lunes, 13 de febrero de 2017

CALLOS INDIGERIBLES

No discuto que pueda haber genios de la cocina con pericia suficiente para convertir el cocido en un lujo gastronómico. Lo indiscutible es que nadie es  capaz, por torpe que sea, como es mi caso, de desgraciarlo. Por mal que se den las artes culinarias, es imposible ponerse a preparar un cocido y que no te salga, al menos, ‘apañao’. Otra cosa son los callos, estos no se pueden apañar. Aquí no caben términos medios, o son un manjar –¡ay! aquellos que preparaba Nieves los días de fiesta en el Bar Manolo de mi pueblo­– o no hay forma de hincarlos el diente. Será por la poca calidad de la pieza, la escasa limpieza del producto o la mala preparación del guiso; si unos callos no salen bien, salen muy mal y no hay cristiano que los digiera. Por eso nunca pido una ración en un sitio del que no tenga referencias, corro el riesgo de ponerme a blasfemar al llevarme el primer trozo a la boca.
De esta segunda especie de guisos es el fútbol. El partido que sale bueno es una delicia, pero como uno salga malo se puede convertir en un suplicio. Oye, también como con los callos, al que no le gusta no le gusta de ninguna manera y aquí no hay más que hablar. Para esta gente tanto da un partido del Ataquines –con perdón–  como otro del Brasil del 70. Pero incluso para los más contumaces aficionados, se nos hace difícil de morder uno de esos como el que ayer ofrecieron el Real Valladolid y el Tenerife. Uno de esos en los que al salir del estadio es difícil recordar, ya no digo un gol, que no hubo, o una ocasión, que tampoco ningún acercamiento llegó a esa categoría, digo recordar alguna jugada de esas que iluminan el paladar. Nada. Es más, tan rancio salió desde el principio que ni la hubo ni se la esperaba.  Si algo sostuvo los noventa minutos fue la vana ilusión de que, por alguna circunstancia azarosa, el balón terminase dentro de alguna portería. El único hecho que alteró la atonía fue la sustitución de Raúl de Tomás por Sergio Marcos. Pitada ¿la primera de la temporada? al entrenador por la decisión. Supongo que se valoró como un paso atrás,  un cambio defensivo, y el público entendió que no era eso lo que tocaba. En realidad no fue un paso atrás en el ínterin del partido, sino un ejercicio de retractación por parte del padre Herrera. El entrenador había decidido, no sé si por plena convicción, por probar cosas nuevas o dejándose llevar por una corriente de opinión extendida en diversos entornos de la afición, cambiar el sistema. En semanas anteriores, al equipo le faltó gol, eso era una evidencia. Como estamos en tiempos –o quizá siempre haya sido así y ahora simplemente se está plasmando con éxito en el ámbito político­– en los que se ofrecen soluciones simples a problemas complejos, el remedio venía de mano: pongamos un delantero más. Pero claro, como solo caben once, esa decisión no puede llegar sola, requiere la retirada de una pieza en el centro del campo. O sea, para buscar gol se resta juego. Al final, mal negocio, ni juego, ni gol. Sí, existen equipos capaces de sostener todo su juego con tres centrocampistas pero esto solo ocurre si los tres son muy buenos, no es el caso; o se cuenta con atacantes de banda con capacidad para ayudar en las tareas de construcción, y no los tenemos o no lo tenemos trabajado. El público, como queriendo insistir en comer unos callos que no olían nada bien, no lo entendió así y censuró la decisión ‘herreriana’ de desdecirse de la propuesta expeditiva realimentando la sala de máquinas.  

Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-02-2017

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