lunes, 6 de marzo de 2017

EXTRAÑOS MAMÍFEROS

La primera cuenta de dientes está condenada a una vida fugaz, es su sino. Como los teloneros cuya actuación antecede a la del grupo estelar, preparan, guían y estimulan. Sirven de estación intermedia, aves de paso para que el ambiente se vaya caldeando, para que el cuerpo se adapte a la nueva circunstancia de forma gradual. Un paso que sabemos tan obligatorio como efímero. Esos dientes de leche, dentición decidua que dicen los técnicos, aparece de forma paulatina desde que sobrepasamos la frontera de los seis meses de vida, permanece unos años y, como fueron saliendo, van cayendo empujados por una nueva retahíla dental que va llegando para quedarse.

Este proceso real del cambio de dientes se utiliza para plasmar la idea de esa vereda que nos lleva desde la infancia hasta las primeras etapas de la edad adulta.

Una vez habiendo penetrado este territorio, volvemos a utilizar los dientes, esta vez de forma metafórica, para simbolizar el paso del tiempo. Cuando nos topamos con alguien lo suficientemente curtido, al que la experiencia otorgada por el paso de los años le ha dotado de sagacidad, que tiene pericia suficiente para no dejarse engañar, decimos que tiene los colmillos retorcidos.
El camino, pues, parece natural y de sobra conocido: nacemos sin dientes, nos salen los de mentirijilla, se sustituyen por los que muerden de verdad y se terminan retorciendo. El Pucela, mamífero extraño, no sigue el guion y nos confunde. Creímos, viendo la primera fase de la temporada, que aquellos primeros problemas no eran tales, que se trataba, tan solo, de una situación transitoria que solucionaría el paso del tiempo. Juega pero no muerde, pensábamos. Cuestión de dientes, ya le saldrán los definitivos con los que podrá morder y masticar las piezas que ahora –decíamos– se le escapan vivas. Le mirábamos con cierta complacencia porque asumíamos que ese momento habría de llegar. Es lo natural, no íbamos a pensar otra cosa. A estas alturas tocaría que los dientes permanentes ya tuvieran cierto recorrido, que ya estuvieran en un tris de retorcerse para abordar el último tramo de la temporada. Pero ya digo, el Real Valladolid es un mamífero que no sigue estas pautas. El tiempo ha pasado y los dientes de leche ahí siguen, no han caído. O peor, cayeron sin haber sido sustituidos. El padre Herrera, por momentos, muestra desde el banquillo un cierto aire de perplejidad. Donde esperaba evolución encuentra un poso de melancolía; un equipo que retrocede por el simple hecho de no avanzar; que transmite la sensación de que sus jugadores intentan seguir aquella senda prometedora pero se dejan abatir cada vez más temprano al comprobar que dichas promesas no se materializan en valor contable. Así, las jornadas van pasando, el juego del Pucela, aunque sea a ratos, no nos desagrada, pero la inercia de los resultados no se rompe. No consigue enlazar tres victorias consecutivas, hasta dos le cuesta. Poco a poco se ha ido convirtiendo en el equipo de los «casis» y de los condicionales que se utilizan como excusa, del «Casi ganamos. Si no hubiera sido por este fallo puntual o por aquel rechace...». Y así, entre un «casi» y otro, la realidad nos coloca en tierra de nadie. Apenas apuntaban a salir los dientes de leche, debieron ser atacados por la caries y, posteriormente, no brotaron los sustitutos. Cuando los platos más sustanciosos del menú se presentan en la mesa, da la sensación de que el Valladolid tendrá que intentar masticarlos con una dentadura postiza que no se termina de ajustar a unas encías, por otra parte, doloridas. Cuando la Segunda División vive el tiempo de la ruptura, el que separa de forma definitiva a los que mantienen unas aspiraciones de los que huyen del miedo, el Real Valladolid ha encallado y corre el riesgo de caer en la inanidad.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-03-2017

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