Una de las primeras lecciones que aparece en cualquier manual de economía
elemental muestra la diferencia entre ‘déficit’ y ‘deuda’; que, de hecho, puede
existir el uno sin la presencia de la otra y viceversa. El primer concepto indica
que los ingresos de una unidad económica son menores que sus gastos. El segundo,
que esa unidad ha dispuesto de un bien en el pasado -o en el presente- cuyo
pago se efectuará de forma diferida con ingresos futuros.
Déficit sin deuda puede existir cuando, además de los ingresos
corrientes, se dispone de un colchón, una cantidad ahorrada que permite cubrir
la diferencia negativa. Claro, si el déficit se mantiene a lo largo del tiempo
no hay colchón que aguante. Deuda sin déficit, cuando se adquiere un bien que
no se puede pagar completamente en el momento de la compra pero la diferencia
positiva entre ingresos y gastos permite afrontar los pagos comprometidos.
Cuando ambas, sin embargo, van de la mano, la situación es insostenible y
termina, tarde o temprano, explotando.
De esto, aunque algo hemos aprendido en los últimos años, nos hemos
quedado, sin más, con la lección relativa a la parte pecuniaria. A nuestro
planeta, el principal recurso con el que contamos, sin embargo, le hemos
arrancado de la ecuación como si fuera una cuenta de ahorro que nos ofreciese
unos intereses siempre superiores a cualquier gasto que pudiéramos realizar.
Durante milenios, la Tierra giró produciendo superávits. A pesar de que se
sacaba de ella todo lo que se podía, en cada vuelta era capaz de acumular valor.
En los dos últimos siglos, y cada vez con más fuerza, se invirtió la tendencia.
Se la fue requiriendo más de lo que era capaz de generar. De esta manera hemos
ido reduciendo los ahorros guardados bajo su superficie. Como aun así, no fue
suficiente para mantener activa la maquinaria económica, se le empezó a
requerir bienes que habremos –o habrán- de pagar en el futuro.
Tanto, y tan inconscientemente, se exige a la Tierra; tanto, y tan
generosamente, pretende cumplir con dichas exigencias, que empieza a mostrar
síntomas de una enfermedad provocada por el agotamiento. De momento, la suma de
déficit y deuda le está alterando los ritmos cardíacos y le está provocando una
subida de temperatura. Estas olas de calor no son más que fiebre.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-06-2017
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