Los primeros homínidos hubieran sido también los últimos de no
haber sido por haber creado, tal vez de forma involuntaria, un vínculo
entre los miembros de la comunidad. Cualquiera de nuestros antepasados
por sí solos no hubieran tenido posibilidad alguna
de sobrevivir en un medio que les era absolutamente hostil. El humano
no es rápido, ni ágil, ni fuerte como para enfrentarse a depredadores
que sí lo eran y que se hubieran pirrado por meterse entre pecho y
espalda un bocado tiernecito de carne de bípedo.
Si a pesar de tanto peligro, fueron capaces de seguir adelante fue
impelidos por ese instinto que les llevaba a poner en peligro su propia
vida por un bien biologicamente superior: la pervivencia de la especie.
De aquel ancestral resorte, algo nos debe de
quedar aunque sea de forma muy matizada. Es cierto que se ha luchado
contra la naturaleza para conseguir espacios vitales que propiciaran
seguridad y que desde entonces se han modificado mil veces las
estructuras sociales. Es cierto que la razón ha funcionado
y en consecuencia se ha abordado la ética como estudio y reflexión
sobre una guía ideal de comportamiento. Pero también lo es que el ser
humano continúa buscando espacios grupales con los que sentirse
identificado. Los patriotismos y los nacionalismos de diverso
pelaje no dejan de ser una forma de cubrir esa necesidad atávica: la de
pertenecer a algo más grande que uno mismo y así dotarse de un
sentimiento identidad colectiva. Paradójicamente, estos espacios de
pertenencia ya no servían solo para defenderse
como humanos frente a los imponderables de la naturaleza, sino para
crear grupos estancos de humanos que se enfrentaban entre ellos.
El ser humano, por otro lado, siempre encontró una excusa para
celebrar; para dotar a su vida de un espacio lúdico, de un territorio
para gozar y para celebrar colectivamente. En un momento determinado
consiguió unir ambas facetas -la identificación y
el juego- y creó la pertenencia inocua. El fútbol es un exponente de
ello. Un equipo de fútbol ya no es un grupo de once personas que
compiten en un juego sino un símbolo al que se asocian emocionalmente
multitudes que sufren y disfrutan con las peripecias
de aquellos once. Hoy Valladolid, por la nimiedad de un gol a lo largo
de un año, amanece un poco más triste. Podría haber sido al revés y nada
hubiera cambiado de la vida de nadie: habría que seguir trabajando o
buscando dónde hacerlo, habría que pagar las
mismas facturas... Pero se hubiera desparramado por la ciudad, siquiera
temporalmente, un poquito de esa alegría que hoy falta porque la
carambola que se necesitaba no se produjo.
La tristeza, a su vez, arrastrará a reparar mentalmente el daño
diciéndonos para nuestros adentros frases en condicional que pretenden
modificar los instantes en los que las cosas hubieran podido cambiar: si
el día de Miranda tal, si la tarde de Reus cual.
Pero desde los tiempos del poeta griego Agatón sabemos que «ni
siquiera Dios puede cambiar el pasado». Llegan entonces los juicios.
Para nuestra desgracia nos estamos acostumbrando a realizar los análisis
-y no solo en fútbol- en función de los resultados:
ensalzamos lo que acaba bien y denostamos lo que mal acaba sea cual sea
el camino emprendido para llegar ahí. Un mísero punto es lo que le ha
faltado al Valladolid para traspasar la frontera. Un punto que bien pudo
haber conseguido el propio Pucela o haber
dejado de lograr el Huesca, su rival en pos de la plaza de promoción, habría sido suficiente para volver las tornas sin que cupiese un
análisis diferente de una temporada que no puede ser calificada de mala
pero que ha terminado lastrada por la irregularidad.
Otro recurso heredado de nuestros antecesores que ha permitido la
supervivencia del ser humano ha sido la capacidad para levantar la
cabeza y reilusionarse para seguir caminando. Desde luego, si miramos lo
que ocurría en la misma fecha del año pasado,
la situación ha mejorado notablemente. No cabe otra, en esta no queda
nada que hacer. El curso que viene llegará antes de lo que pensamos y
seguiremos queriendo celebrar colectivamente.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-06-2017
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-06-2017
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