No me sorprendería que más de uno hubiese llegado tarde o se hubiera
perdido alguna proyección por haberse distraído tertuliando en cualquier
terraza. Sí, amigo que lees esto desde fuera de Valladolid, has leído bien: 29
de octubre, Valladolid, terraza. El veranillo de San Miguel se nos está yendo
de las manos. Tanto, que le está empezando a sobrar el diminutivo. Un mes hace
ya de la celebración del santo arcángel y todavía quedan por ahí, paseando por
la calle, gentes en mangas de camisa. Tanto, digo, que a nada que se alargue
tres días más, va a terminar invadiendo la víspera de la noche de difuntos. A este
paso, cuando se explique el Tenorio en las aulas, va a haber que contar a la
chavalería que hubo un tiempo en que lluvias, brumas, nieblas y fríos eran, por
estas fechas, lo más propio en este nuestro páramo de mar adentro. Tanto,
insisto, que hace bueno hasta por la noche. No es aquello de alguna mañana
otoñal que nos alegraba la vista al mostrar el sol luciendo en todo lo alto,
mañanas de un calor mentiroso padre de buenos catarros.
Entonces, en la Seminci, lo frecuente era encontrar montoneras de rapaces
‘apretujaos’ en los soportales haciendo cola para sacar una entrada o
guareciéndose mutuamente mientras esperaban para entrar en el recinto. Ahora,
el propio festival organiza mesas redondas en las que junta a cineastas con
responsables de organizaciones ecologistas para abordar el feo asunto del
cambio climático.
Supongo que estos encuentros, más allá de la foto, más acá del
‘postureo’, valdrán para algo. Al menos para dejar encima de la mesa una ración
de mea culpa y poner sobre el tapete la necesidad de cocinar con un poco de
pedagogía, con aquello de ‘tenemos que explicarlo bien porque no nos han
entendido’, un ingrediente al que con frecuencia el cocinero de turno se
encomienda cuando no tiene nada claro cómo preparar el plato. La Seminci, por
su parte, entregará una Espiga Verde para la película que más se tome en serio
el compromiso en esta materia. Angulo tendrá que andar con ojo, porque como el
año que viene sea como este, lo de arrancar una espiga verde del campo, va a
estar imposible.
Pero no quitemos mérito, de verdad. Es elogiable el hecho de que un
festival de cine mire a la realidad que discurre en la calle. Es elogiable e
inteligente porque por momentos es más cinematográfica la realidad que lo que
cuentan en las películas. Esta semana, por ejemplo, el cine estaba fuera. Los
telediarios hacían buena competencia. Lo que relataban -cada cual con sus elipsis, cada uno con las cámaras filmando desde un
único punto- era parte de esa gran Historia en la que se desarrollan las
pequeñas historias nuestras de cada día. Estamos todos tan imbuidos en este
esperpéntico día a día que no hubiera sido extraño que en un lapsus el jurado
hubiera dejado por escrito que la Espiga de Oro se otorgaba ex aequo a
Puigdemont y Rajoy, tanto monta.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-10-2017
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