domingo, 22 de octubre de 2017

MÁS BESOS, MÁS VECES, EN MÁS SITIOS

No sé si somos nosotros los que caminamos sobre la senda que marca el  tiempo o es este el que transita a través nuestra dibujando en el trasiego secuelas en los cuerpos que va pisoteando.
No sé si soy más de Heráclito y pretendo adentrarme por distintas veredas que acercan a una verdad cambiante o más de Parménides y asumir que nada cambia, que el camino solo es uno.
No sé si somos nosotros los que nos dirigimos a la Seminci y cada octubre nos topamos con ella o permanecemos quietos y es la Seminci la que emerge puntualmente para acudir a su cita otoñal. De una u otra forma, el momento del encuentro es este y ahí está la noticia, el meollo del asunto: que el festival de cine se ha recluido en las salas y arropado en las pocas fechas de su semana; que sea y exista solo para sí, en sí mismo. Parece, y si esto es así será la mejor de las noticias, que la Seminci pretende ‘desensimismarse’ y salir de ambas prisiones autoimpuestas–la del espacio y la del tiempo-.
La Seminci forma parte, y qué parte, de ese patrimonio inmaterial de la ciudad, de la provincia y –me gustaría decir también que- de la comunidad. De la misma manera en que se ilumina la fachada de Caballería para que luzca esplendorosa, que se adecentan los entornos de la Antigua para que llamen al paseo, se debe cuidar al festival con esmero –trabajo y dinero- para que lo sintamos como propio, como más propio.
Hay una ciudad ahí afuera que se enriquecería. No pido solo que se hagan cosas a lo largo del año sino que Seminci participe, se involucre con otros actores que ya están ahí. Pienso, qué remedio, en los ciclos de cine al aire libre del barrio de la Victoria. Qué hermoso sería contar con ese apoyo. Lo que podríamos aprender.
El cine son besos. Allá por 1988, Tornatore, en la última escena de Cinema Paradiso, lo dejó claro. Cuatro años antes, ‘el beso’  de Manolo Sierra se convirtió en icono del festival. Un beso que no puede ser clandestino, ni fiel. Tiene que abrirse a todos los rincones, a todos los labios. Convertirse en un beso húmedo que empape. Valladolid quiere besos, no que le hagan la cobra.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-10-2017

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