Existen personas a las que su grandeza les
permite transgredir los límites que en principio marcan su tiempo y sus
hazañas. Son ya para siempre, se han convertido en propiedad de todos. Quini es
una de esas personas. Mirar ahora una foto suya, traslada a toda mi generación
a la infancia, a aquellos tiempos en que la radio era la conexión con el mundo,
a aquellos domingos en los que pasábamos la tarde girando y girando la antena o
ajustando el dial para evitar las malditas interferencias.
Cuesta explicar a los niños de hoy en día que
el Barça era un equipo mucho menor que ahora, un eterno aspirante, la historia
de una pretensión de grandeza que se le escapaba, de vanos esfuerzos por ser
algo más chafados por una fatalidad que siempre se interponía en su camino.
Quini fue la esperanza de que esa maldición concluyese. Cuesta explicar a los
niños de hoy que aquellas ligas las podía ganar la Real Sociedad o el Athletic
de Bilbao.